Cuando se extravío mi brújula el supo tallarme el norte. Osó
tirarle un caño al destino y no hay pena que lo absorte. Se hizo compañero del
dolor, lagrimeaba para adentro. Y uso ese mar de bronca y hastío para trapear
el pesar ajeno. Y hoy sonríe por saberse diferente y se
angustia por no hallarse entre la gente. Pero enseña con los hechos, que no hay
techos que soporte su carácter bondadoso: generoso pasaporte al corazón de cualquier hombre. Si le
complace mi industria del amor debe saber como se erigió este fuego. Yo gasto
el tiempo, de luna a sol, en emularle el corazón a mi viejo.
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